Bendigo Tepic tus tardes silenciosas de invierno, por las que corre como un niño travieso el sol a acostarse temprano. El grito estridente y pueblerino del silbato del ingenio, el tañer claro de las campanas de catedral y el ligero movimiento del viento que peina y despeina los árboles de la plaza. El paso multicolor de los indígenas y los alegres tonos de la ropa de tus rancheros. El alborozo de los niños que gritan algo de cuadra a cuadra y la risa pícara de los transeúntes.
La presencia siempre acompañada de Samuel. Al que la burla popular ha consagrado y la piedad humana ha dejado de la mano. Samuel con sus carteles que en mezcla aparentemente desordenada conjuga el verbo más completo del conocimiento humano: los números con las letras. Con sus gritos incoherentes destroza el corazón y la tarde; porque Samuel predica o al menos bendita locura cree que lo hace. Y el que predica pretende siempre enseñar aunque lo rodee el desierto.
Samuel con su cuerpo pequeño y fuerte, sus ojos iluminados de pasión o quizá de una intensa vida, las manos prontas al movimiento de la mímica oratoria, los cabellos revueltos de profeta, su cinto ancho y ajeno como el mundo y sus sandalias pesadas de peregrino. Una bicicleta a mano y una correa encajada como arma a la cintura. Agita y agita como Moisés su tablas-cartones animados de un ritmo especial para él y oculto para quienes vivimos en una dimensión distinta, perora, intenta argumentar, se cansa, lo enfurecen los necios y camina agitando su mano que intenta mandar lejos a sus ofensores.
Samuel, cuantos niños se asustaron al conocerte y al saberte manso y bueno como la tarde, te identificaron -como lo hago yo-, como parte de este Tepic que tanto amo. No te vayas. Y al fin que importa si te vas un día, la tierra generosa que es más sabia que los hombres guardará con cariño tu predice tesonera. Te irás, sí, pero presiento que las plazas públicas extrañarán tu presencia y alguien en lo más hondo de su memoria o quizás de su senectud, recordará que exististe y te recogerá como un detalle más de estas tardes. Quizás te irás sin honores, pero nunca dirás el adiós sin que alguien sepa el sentido doloroso del doblar de las campanas.
Te quieren los pobres perros placeros sin dueño. Sin ataduras como tú al convencionalismo de las gentes. Los vagabundos que te han observado una y mil veces al pasar por Tepic enseñorearte como dueño de sus calles.
Los chiquillos curiosos que más por curiosidad que por maldad te jalan los cartones. Los árboles de las plazas que recogen tus meditaciones. Los hombres de buena voluntad que saben que amas a los libros. Antes de que te vayas o me vaya, permíteme ufanarme públicamente de llamarte mi amigo, mi “AMIGO SAMUEL”.
Lic. Juan Alonso Romero. Artesano. 1984. Año 2, núm. 5. Universidad Autónoma de Nayarit. Tepic, Nayarit. México.